martes, septiembre 1



Día tras día, al volver del trabajo, pasaba por la misma farola. Y día tras día se preguntaba lo mismo: ¿por qué todas sus compañeras gozaban de la compañía de una graciosa bombillita y ella no? Abrió la puerta de su cuarto y acto seguido oyó gritar a su madre. "Otra vez..." pensó. Todas las noches repetía como un papagayo que sacara al perro. La verdad es que su vida no era muy interesante. No era como esas adolescentes de las películas americanas populares, animadoras y con novios guapos. Era simplemente una chica de diecisiete años, que escuchaba jazz, que adoraba los gatos y que preparaba una revolución... su propia revolución. Esa noche fue diferente a las demás. Estaba deprimida y sólo pensaba por qué los demás la rechazaban. Así que salió con su viejo abrigo gris a la calle sin rumbo alguno. No podía quitarse de la cabeza aquella canción que hablaba de vidas cruzadas. Muchas veces había pensado que su vida se cruzaría con una mucha más interesante y que así, fusionadas, serían felices para la eternidad. Al pasar por aquella farola, su favorita, se sintió mucho mejor. Por fin lo entendió todo, había estado en todo momento delante de su cara. El único problema en su vida era el tiempo, si rompía sus dichosos minutos y segundos lograría liberarse. Así, su tic-tac personal dejó de sonar y en el final... sonrió. Al día siguiente, en todas las portadas de los periódicos locales se hallaba el mismo titular: "Chica joven se suicida sin motivo aparente".